Tendrá que pasar mucho tiempo para que España pueda tener un deportista que represente mejor la esencia de la profesionalidad, de la elegancia, de la competitividad, del saber estar en cada momento. Por increible que parezca, después de pasar medio año de baja, Nadal ha vuelto por sus mejores fueros. Ha ganado tres Masters 1000 y tres Masters 500. Sus títulos individuales se elevan a 56 y, muy poco, puede sumar su 12º Gran Slam.
Ver como ganaba en Roma sin despeinarse a Federer, para muchos el mejor tenista de la historia, da unas sensaciones increibles de cara a la próxima cita de Roland Garros, su torneo fetiche. Está fuera de toda duda que nos encontramos ante el mejor jugador de tierra batida de la historia y, con un poco de buena suerte y respeto de las lesiones, se puede convertir en el mejor tenista de todos los tiempos.
Además de ello lo hace con absoluta humildad, lo que le convierte todavía en más grande. Nunca humilla al rival, nunca polemiza, siempre anima al derrotado. Todo le convierte en el embajador deportivo más ilustre que tenemos.
Cuando está en forma sólo Djokovic puede hacerle frente y en el corto plazo no se observa a nadie que pueda hacerle sombra, quizás Dimitrov y poco más. Mientras todo eso sucede, es un auténtico privilegio poder disfrutar de un tenista único con la tranquilidad de que, pase lo que pase, siempre dejará el nombre de nuestro deporte muy alto.
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