jueves, 25 de julio de 2013

Ciclismo y dopaje. El Tour de 1998


Cuesta muchísimo hablar del ciclismo en estos términos desde el punto de vista de una persona que ama, quiere, está enamorado del ciclismo desde que tiene memoria. He soñado ser ciclista, he corrido cientos de kilómetros en solitario por caminos, carreteras, con mi bicicleta de carreras, con esa BH roja que tanto significa para mí.
He visto las carreras por televisión desde niño, leído periódicos, visto reportajes, en suma, estoy enamorado de este deporte que me recuerda tantas buenas cosas: mi infancia de niño en el pueblo, las veces que acudí en directo para ver la Vuelta Ciclista a España y tantísimas sobremesas esperando que TVE conectara en directo con la Vuelta, con el Tour, el Campeonato del Mundo en ruta o cualquier Clásica.
Siento admiración por el ciclista, por su esfuerzo, por su dedicación, por su profesionalidad pero odio profundamente el dopaje. Es algo falso, injusto, hacia aquellos ciclistas que no pueden pagarse el tratamiento con el doctor Ferrari o con Eufemiano Fuentes, traiciona los principios del deporte de competencia en igualdad de condiciones, aleja a los patrocinadores de las carreras y, sobre todo, convierte un deporte tan noble, tan admirable en un corralito de traficantes de sustancias dopantes que recuerda desgraciadamente al submundo del tráfico de drogas.
Creo en el deporte limpio, lo admiro, admiro a los deportistas como a nadie pero siempre que me garanticen que son legales, que el espectáculo que veo es real y no producto de una vergonzante manipulación, al calor de directores y ciclistas sin el mínimo prejuicio con tal de engordar sus palmarés a costa de lo que sea.
Quizás sea cierto que el dopaje existe casi desde el origen del deporte y quizás que son muchos ilustres campeones que triunfaron a costa de los productos dopantes, pero que se diga, que se pongan las cartas sobre la mesa y luego elegiremos si nos merece la pena gastar nuestro tiempo o nuestro dinero en mantener vivo un deporte que no merece la pena.
Hay muchos episodios negros en la historia del ciclismo desde la muerte de Tom Simpson en el Mount Ventoux en 1967, la leyenda negra sobre Anquetil, el caso Amstrong o la agenda de corredores que murieron jóvenes en extrañas circunstancias, muchos de ellos enfermos terminales de cáncer: el propio Anquetil, Luis Ocaña, el "Tarangu", Fignon, Pantani, el Chava Jiménez y así un largísimo etcétera. Algunos de estos casos nunca fueron sancionados por dopaje sencillamente porque no existían controles que pudieran detectar sus ilegalidades.
La década de los ochenta y noventa,sobre todo a partir del caso del velocista Ben Jonhson en las Olimpiadas de Seúl de 1988, representa un punto de inflexión en la lucha contra el dopaje, sobre todo después de la generalización de los análisis de sangre. Bien es verdad que el dopaje siempre va por delante de los controles para detectarlo como lo demuestra la utilización de la EPO, pero estamos en el camino de solucionar tan vergonzante tema.
Esta semana, el Senado francés hacía público un informe donde se denuncia que los tres miembros del pódium del Tour de 1998, esto es, Pantani, Ulrich y Jullich estaban dopados y también otros ilustres corredores del pelotón: Olano, Triki Beltrán, Zabel, Cipollini, Jalabert, etc. Es algo absolutamente vergonzoso, la sospecha de que durante más de una década no hubo un solo ganador de Tour de Francia limpio, el hecho de ver el palmarés del Tour de Francia vacío en al menos 8 ediciones. Decepcionante que los Tours de Amstrong no hayan podido sustituirse del palmarés por nuevos campeones porque estaban contaminados con otros procesos de dopaje. Es lamentable. La "operación Puerto" fue la punta del iceberg pero se cerró en falso. España adolece de la fuerza contra el dopaje que tienen otros países donde incluso sus campeones más ilustres acabaron en la cárcel (Maríon Jones en EEUU, por ejemplo). 
Es sospechoso que muchos ilustres campeones después de ser sorprendidos por dopaje no sean capaces de subir con solvencia un puerto de tercera categoría. Yo creí mucho en ellos, mi decepción es mayúscula. Esperemos por el bien del ciclismo y del deporte en general que se persiga con rigor el dopaje. Es imprescindible para que volvamos a creer en la magia del deporte. Que así se escriba y que así se haga.

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