Anoche vivimos una de las prórrogas más extrañas de la historia de la Champions League, creo que sólo superada por la final que le ganó el Maschester United al Bayer Münich en el Camp Nou en 1999.
En apenas dos minutos, el Málaga vio como se esfumaba su sueño de meterse en semifinales y por qué no, poder optar a la final de Wembley, quizás con Barça o Real Madrid.
Es increíble que en menos de dos minutos pudiera recibir dos goles, nacidos de dos balones áereos al corazón del área pequeña. Increíble, pero cierto. En esos momentos se nota el oficio y la gestión de "los intangilbles" que tanto dominan los equipos campeones. Dejemos fuera el debate de recibir un gol con un doble fuera de juego. Ya contábamos que en Alemania la actuación arbrital no sería precisamente favorableme a nuestros intereses.
Realmente pensé que, de nuevo, Manuel Pellegrini metería a un equipo pequeño español entre los cuatro mejores de Europa. Ya lo hizo en su día con el Villarreal, que se quedó fuera de la final con aquel penalty que aún se pregunta como falló Riquelme. La cuestión final es que perdimos la oportunidad histórica de tener a tres equipos españoles en semifinales, quizás algo demasiado soberbio para la UEFA.
En el otro partido, el Real Madrid cumplió el trámite pero evidenció que, en momentos de alta tensión, el equipo tiende a descoserse, un indicio catastrófico para medir sus fuerzas con el Barça o con cualquiera de los dos equipos alemanes que esperarán al conjunto blanco en semifinales. Ayer se terminó un sueño para la afición de Málaga, pero yo sigo con el mío: una final Barça-Real Madrid en Wembley, un partido que la historia del fútbol mundial merece vivir en el momento más dulce del fútbol español.
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