Madrileño de nacimiento, abulense de adopción y residente en Toronto (Canadá), Javier Fernández, a sus 22 años se ha convertido, por derecho propio, en el mejor patinador español de la historia. Este fin de semana, en Budapest, conseguía su segunda medalla de oro consecutiva en el Campeonato de Europa de patinaje artístico. Es un excelente presagio para los Juegos Olímpicos de Sochi (Rusia) que comienzan en un par de semanas, una cita para la que Javier se ha preparado a conciencia y en la que optará a una medalla olímpica.
Emociona verle patinar sobre todo quien conoce su vida de superación personal. Este grandísimo patinador tuvo que hacer las maletas hace unos años e irse de España para entrenar en Canadá, donde hay cultura de patinaje artístico. Sinceramente, ser campeón de Europa o ser medallista en un Mundial de patinaje siendo español es tan difícil como ser figura del toreo para un ucraniano.
Tengo especial simpatía por personajes como Javier Fernández, un hombre que pone ilusión, pasión en cada actuación. Patina de lujo pero, sobre todo, transmite amor por su deporte. Su cara sintetiza el amor por todos aquellos que sentimos el deporte muy dentro.
Decía Girandoux que "el
deporte delega en el cuerpo algunas de las virtudes más fuertes del alma: la
energía, la audacia, la paciencia". Ver patinar a Javier es todo un lujo del que muchos españoles nos sentimos muy orgullosos. Él será en Sochi una las pocas opciones de medallas de nuestra delegación. Sería una medalla ganada a pulso de un deportista que merecería portadas en los periódicos deportivos españoles. No es nada fácil lo que hace, pero dignifica su deporte como nadie. Esperemos que nos siga dando buenas noticias en unos Juegos Olímpicos de invierno del que solo tendremos noticias en las colas de deporte de los telediarios. España necesita mucho de deportistas como Javier, sin lugar a dudas, el mejor patinador sobre hielo que hemos tenido en toda nuestra historia.
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