La guerra representa el fracaso del género humano. Es inmoral, injustificable, repugnante, intentar justificar la muerte de un niño en acto de guerra como "efecto colateral" de la misma. Esta semana hemos asistido a un episodio más de la barbarie de la guerra civil que está viviendo Siria en los últimos meses. La noticia ha convulsionado las redes sociales. Se trata de la imagen de un niño que fue asesinado en acto de guerra, con la camiseta del que su club favorito: el F.C Barcelona.
Era su equipo favorito. A buen seguro soñaba con ver en directo los goles de Messi o los regates de Iniesta, pero murió de la manera más repugnante que puede morir un ser humano: asesinado sin más justificación que ocasionar más terror en una guerra que avergüenza al mundo.
Llevaba una camiseta que representa a un club de fútbol o, mejor dicho, a una de las instituciones deportivas más importantes del mundo. Este joven, seguro que no se le pasaba por la cabeza que llevar esa camiseta podía tener una implicación política, ni que la condición de culé fuera exclusiva los catalanes de nacimiento.
Viene esta reflexión a cuento por la segunda equipación que llevará el Barça la próxima temporada. Ni más ni menos que al presidente del Barça se le ha ocurrido la brillante idea de equipar al equipo con la bandera de Cataluña, en un claro gesto hacia el movimiento soberanista catalán que propone el presidente de la Generalitat, Artur Mas.
Lo desgraciado del hecho es que subterráneamente el Barça quiere llevar un mensaje político en sus camisetas. A los culés que no somos catalanes de nacimiento pero que si respetamos a los catalanes, a su historia, a su lengua y su cultura, nos ofende mucho que se nos trate de excluir del sentimiento colectivo que implica ser seguidor del Barça.
Yo nací en Ávila y crecí en un pequeño pueblo donde solo había dos culés: el dueño del bar del pueblo y yo. Con 3 años malamente podía saber yo que era Cataluña, que representó la guerra de Sucesión o que fue la Marca Hispánica, pero sí sabía que cuando salía el Barça en la televisión me gustaba verlo y que cuando Maradona metía goles me ponía más contento aun. También recuerdo ver comiéndome las uñas como perdimos desde el punto de penalty la final de la Copa de Europa de 1986 en Sevilla y cómo Epi metía triples en la final que ganamos al Zalgiris Kaunas.
Todo eso pasó cuando no tenía conciencia lo que dicen algunos que representa el Barça. Querer convertir al mejor equipo del mundo en algo local y provinciano, en una arma política, es algo que debería reflexionar Sandro Rosell.
Para mí el Barça significa mucho, sobre todo teniendo en cuenta que vivo en Madrid, y que le veo una o dos veces en directo a lo largo del año. Yo cuando hago cola para comprar entradas sigo teniendo la ilusión de un niño que jugaba al fútbol soñando con ser Maradona y nunca se me ha pasado por la cabeza que, a los ojos de la directiva actual, sea un intruso al que no le importa el futuro político de Cataluña.
El Barça, por mucho que piensen algunos es universal. Esperemos que tomen nota, de una vez y por todas, aquellos que creen que los millones de culés que estamos repartidos por el mundo no somos más que números y figurantes de una campaña publicitaria.
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