Se retira Natalia Rodríguez, mi atleta favorita de siempre. Hay algo más que atletismo en su carrera deportiva que me ha despertado especial simpatía y admiración. La he considerado una mujer entregada a su pasión por el atletismo, con el máximo respeto por el entrenamiento, con una ilusión desbordada por ser la mejor del mundo. Ha sido la reina en un mundo hostil, en general para las mujeres y, especialmente, en el medio fondo para las atletas blancas.
El emergente atletismo chino, en la década de los noventa y, después, el africano en el cambio de siglo dejaba un margen muy estrecho para las mediofondistas europeas. En este ambiente nació y creció Natalia Rodríguez, una mujer humilde que representaba todos los valores primigenios del deporte: competitividad, afán de superación personal y respeto a las normas del juego, incluida la lacra del dopaje, el verdadero cáncer del atletismo moderno.
Su palmarés es envidiable a nivel mundial, con medallas en europeos y mundiales y buenas actuaciones en Juegos Olímpicos. Para mi se retira una campeona del mundo de 1500 metros, algo que nunca hemos tenido ni siquiera en categoría masculina. Su descalificacion en los Mundiales de Berlín 2009 es la decisión más injusta que he visto en la historia del atletismo. Natalia Rodríguez demostró ser la mejor y su descalifación como campeona del mundo por un ligero toque con la etíope Gelete Burka será recordada por muchos años en la memoria colectiva del atletismo español. Yo estoy convencido que esa descalificación no se la hubieran hecho a Mo Farah en los Juegos Olímpicos de Londres, por poner un ejemplo.
Era mi atleta favorita por más cosas que su carrusel de récords y medallas. Lo era porque era pasional, emotiva, con los sentimientos a flor de piel. Sus lágrimas de dolor, de frustración o de alegría cuando conseguía una medalla decían mucho de ella, de su esfuerzo callado, de sus entrenamientos en circunstancias personales o deportivas difíciles. Es el ejemplo más claro de esa maravillosa cita de Gabriel García Márquez, "la vida no es sino una sucesión de oportunidades para sobrevivir".
Natalia volvió a renacer de sus cenizas muchas veces, de sus lesiones, de su experiencia como madre, de los mil sinsabores de la alta competición. Ha sobrevivido a todo con la mayor dignidad posible, porque lo ha hecho de una manera elegante. Se ha ido como los más grandes, sin aspavientos, sin reprochar nada a nadie, con la misma sonrisa con la que paseaba por las pistas de atletismo.
Ahora le espera un merecido retiro con su familia y el infinito agradecimiento de gente como yo que piensa que, con su actitud y ejemplo, ha engrandecido el atletismo como ningún otro atleta.
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