¡Qué dignidad personal y profesional se condensa en este jugador eterno e inolvidable!. Se llama Carles Puyol y los que nos sentimos culés y españoles hemos tenido el privilegio de disfrutar en los últimos quince años, desde aquel día, allá por 1999, cuando Louis Van Gaal, entonces entrenador del Barça le hizo debutar en Valladolid, hasta el pasado domingo en el que marcó un gol en el Camp Nou frente al Almería.
Siempre fue mi jugador favorito porque en él se condensaba todos los valores que encajan con mi filosofía de vida: esfuerzo, profesionalidad, humildad, compromiso y lealtad. No creyeron en él demasiado en las categorías inferiores del Barça, donde empezó como delantero centro pero siempre vieron en él un líder que no defraudaría a nadie. Acabó como lateral derecho y allí debutó en la época donde Michael Reiziger era el dueño de la banda derecha azulgrana.
Pronto, el entrenador se dio cuenta que era imprescindible para el equipo y para el vestuario. Afinó su técnica y ganó en seguridad hasta convertirse en el central titular indiscutible en la zaga azulgrana y en la Selección española. Sus números son incontestables: 100 partidos internacionales con España, campeón del Mundo, de Europa, casi 600 partidos con el Barça, campeón de Liga, de Europa, de Copa, del Mundialito de clubes, premios individuales y así un largo etcétera que ocuparían páginas y páginas.
Yo me quedo con su humildad, con no olvidar sus raíces, sus orígenes humildes, por haber llevado unos colores tan dentro hasta convertirse en su capitán y abanderado, con su capacidad para superarse, lesión a lesión, por haber entendido el fútbol con una dignidad infinita, incluso el día que anuncia su retirada del Barça y de la Selección española.
El guerrero pide un descanso para meditar antes de continuar la batalla en otros lugares, quizás desde su retiro definitivo. Todos tenemos muy claro cómo le recordaremos y porqué le recordaremos. Sobre todo lo haremos porque en él nos vimos representados, por encima de sus goles, escasos pero decisivos, por encima de haber sido durante varios años el mejor central del mundo.
Era un chaval del pueblo que un día soñó con vestirse de culé y ganar títulos con su club y con su país. Y no sólo que lo soñó sino que hizo posible su sueño, con mucho trabajo, con mucha abnegación, con un sacrificio infinito. Él pudo hacer el sueño posible, el mismo que tuvimos muchos niños. Por eso, cuando le veíamos, amábamos tanto su fútbol, porque tuvo la dignidad de soñar y de hacer realidad sus sueños, a pesar de haber pasado momentos de dudas, turbulencia y tempestad.
Siempre seré de Carles Puyol. Me sabe mal que no pueda estar con España en Brasil, donde él hubiera dado de nuevo su vida por alcanzar el título más grande al que puede aspirar un futbolista. A veces la vida es ingrata, pero él lo dignificó todo, incluso su adiós, humilde, sin extravagancias, sin protocolo.
Como culé y como español, infinitas gracias por todo.
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